HISTORIA SOBRE LA CONSAGRACIÓN AL SAGRADO CORAZÓN

La moción para consagrar la República Mexicana se dió el 6 de enero de 1914, y su consiguiente proclamación de Cristo como Rey de la nación, para conservar la religión católica, que era la mayoritaria del pueblo mexicano, a causa de la revolución anticristiana y masónica, provocada por sus enemigos nacionales e internacionales de la nación; tenía su antecedente en la Encíclica “Annum Sacrum” que S.S. León XIII emitió el 25 de mayo de 1899, para consagrar al género humano entero. [Leer más]

Pero la idea para la Consagración específica a la Nación Mexicana partió del señor Arzobispo de Linares en Monterrey, quien se dirigió al Arzobispo de México, Dr. José Mora y del Río, exhortando, a fines de 1911 a los arzobispos y obispos de todas las diócesis mexicanas organizarse para preparar la Consagración de México al Sagrado Corazón de Jesús.

A partir de marzo de 1913, gracias a un gobierno estable y fuerte bajo la autoridad del General Victoriano Huerta, se dieron las condiciones para que el quinto Episcopado Nacional, por medio del Arzobispo José Mora del Río, pidiera a S.S. Pío X su beneplácito por la Consagración de México al Sagrado Corazón de Jesús.

Durante ese año hubo intercambio de correspondencia entre el Arzobispado de México y la Santa Sede, dando por resultado la Carta de San Pío X a los Obispos mexicanos del 12 de noviembre de 1913.

“A moción del Ilmo. Revmo. Sr. Arzobispo de México y por unánime acuerdo del V. Episcopado Nacional, la Santidad del Señor Pío X, ha accedido con gusto a que la República de México se consagre solemnemente y rinda vasallaje al S. Corazón de Jesús en demanda pública de remedio para las necesidades que nos aquejan; -si así es del deífico beneplácito- la tan deseada paz nacional.” [Carta de su Santidad Pío X]

La Consagración de una persona, de una familia o de toda una población a Cristo Rey y Su Sacratísimo Corazón es algo muy conveniente en todas las épocas; pero mucho más, la de una nación en grave peligro de ser atacada por los enemigos de la religión católica, como se encontraba México en la primera década del siglo XX. Sus enemigos querían introducirlo en el comunismo víctima de más de un siglo de ataques contra su religión y su iglesia, venidos todos desde sus numerosos gobiernos masónicos, que uno tras otro, seguía las consignas de los gobiernos yanquis para erradicar la Fe católica de los mexicanos en favor del protestantismo y del materialismo ateo.

Pero, la Misericordia de Dios dispuso que México fuera el tercer país en consagrarse al Sagrado Corazón de Jesús. Antes habían sido: la República del Ecuador el 23 de marzo de 1873, por iniciativa de su presidente el general Gabriel García Moreno. Y la República de Argentina en 1884.

Una vez recibida en México la Carta Pontificia, todas las asociaciones católicas junto con el Arzobispo José Ma. Mora y del Río y las autoridades de la iglesia en México, consagraron a nuestra nación al Sagrado Corazón de Jesús, en la fiesta de Epifanía, el 6 de enero de 1914, y la solemne Proclamación de Cristo Rey el 11 de enero, en la Catedral Metropolitana.

El historiador Monseñor Emilio Silva de Castro, en su libro: “La Virgen María de Guadalupe Reina de México y Emperatriz de América”, escribió refiriéndose al gran acto ignorado por la mayoría de los católicos del siglo XXI: “Los males terribles que amenazaban a la Patria, y que los fieles católicos trataban de evitar con esa proclamación, y eran evidentes en las acciones de la revolución satánica, judaica y masónica mundial, en México encarnada en la revolución carrancista de 1913”.

Esos males que amenazaban a México a principios del siglo XX hubieran podido ser muchísimo peores de lo que fueron, si el país no se hubiese consagrado al Sacratísimo Corazón de Jesucristo y proclamado su Realeza. También preparó los corazones del pueblo católico para soportar el segundo embate de las fuerzas anticristianas, aún mayores, que se presentaron diez años más tarde con la guerra cristera, y que produjo tantos mártires por defender la Realeza de Cristo.

“Cristo ejerce el sumo poder, no sólo con derecho nativo, sino también con derecho adquirido. Él nos libró del poder de las tinieblas y también se entregó a redención a sí mismo por todos. Todo cuanto dió lo dió por adquirirlo todo.
Esta potestad Cristo la ejerce sobre los hombres todos por medio de la Verdad, de la Justicia, y principalmente de la Caridad.”

ARZOBISPO D. FRANCISCO OROZCO Y JIMÉNEZ